Hoy, Faÿçal Hafied nos presenta algunos resultados de su nuevo informe “Deep Tech in Spain”, un trabajo cuantitativo realizado a partir de los datos de PitchBook que ofrece la primera evaluación numérica del sector deep tech en España. El autor, que ya había publicado anteriormente el estudio “Una estrategia nacional de deep tech para España” (Real Instituto Elcano, 2022), analiza para ESCALAR los desafíos tan particulares del crecimiento de las start-ups deep tech, que deben enfrentarse a los retos estructurales planteados por dos barreras de entrada: la intensidad de capital y la incertidumbre.
Deep tech en España: los desafíos del hipercrecimiento frente a la frontera tecnológica
Las start-ups deep tech recorren un camino que no tiene nada de una vía ordinaria. En la intersección entre la ciencia fundamental y la innovación industrial, estas empresas se aventuran en una frontera tecnológica donde el progreso es no lineal y donde las barreras de entrada son elevadas. Se distinguen así dos barreras de entrada en el ámbito deep tech: la intensidad de capital y la incertidumbre ligada a los proyectos. Estas dos barreras son, a la vez, una dificultad para el crecimiento, pero también una oportunidad, ya que es en estas barreras donde reside el valor de estas start-ups.
A pesar de estas dificultades, el panorama deep tech español está en plena efervescencia. Las inversiones, de hecho, explotaron en 2023, alcanzando 506 millones de euros, lo que representa un crecimiento del 45,9 % respecto a 2022. A contracorriente de un mercado europeo de venture capital en retroceso, esta cifra refleja la resiliencia de un sector prometedor, aunque aún frágil frente a los desafíos estructurales del hipercrecimiento.
La intensidad de capital: un desafío en dos momentos críticos
La deep tech se distingue por una intensidad de capital masiva, un desafío central que constituye una barrera de entrada formidable para las start-ups.
De hecho, a diferencia de las start-ups tradicionales, a menudo construidas en torno a activos intangibles como algoritmos, las start-ups deep tech evolucionan en un universo donde los activos tangibles predominan y donde los costes de desarrollo se disparan. Para una start-up clásica basada en algoritmos, el coste marginal de despliegue es mínimo: una vez diseñado el algoritmo, analizar un nuevo conjunto de datos o servir a un usuario adicional no supone prácticamente ningún coste adicional. Es esta scalabilidad sin fricción la que ha permitido a empresas como Spotify o Google alcanzar un hipercrecimiento fulgurante.
Este esquema virtuoso de escalabilidad no se aplica al deep tech, donde el acceso al capital resulta más crítico. La intensidad de capital de los proyectos deep tech se manifiesta particularmente en dos momentos críticos del desarrollo:
La fase exploratoria de los proyectos de I+D es aquella en la que el éxito sigue siendo incierto. En esta etapa, las start-ups buscan empujar las fronteras del conocimiento y deben enfrentarse a fracasos sucesivos. Este proceso no lineal, hecho de iteraciones y pivotes tecnológicos, implica costes elevados para mantener el esfuerzo innovador. Los inversores dudan en comprometerse masivamente en proyectos tan arriesgados, donde la tasa de fracaso es estructuralmente alta.
Luego viene la fase de industrialización, donde las necesidades de capital aumentan de forma exponencial. Una vez validada la tecnología, la start-up debe pasar a la producción a gran escala, lo que requiere grandes inversiones para construir prototipos avanzados, demostradores o infraestructuras de producción como fábricas o equipos especializados. En esta etapa, el desafío no es solo técnico, sino también financiero: los costes fijos de despliegue se vuelven colosales y los recursos necesarios para superar esta barrera rara vez están al alcance de empresas jóvenes.
Este doble desafío, ligado a la intensidad de capital, desalienta las iniciativas privadas y explica por qué los inversores tradicionales suelen preferir sectores menos demandantes en capital, o intervienen en rondas late-stage, donde el riesgo es más fácil de modelizar. En España, esta realidad se traduce en una concentración de las recaudaciones en las transacciones más importantes: en 2023, el 64 % de las inversiones deep tech correspondieron a rondas superiores a 10 millones de euros, mientras que las pequeñas recaudaciones, inferiores a 500.000 euros, se desplomaron.
La incertidumbre, otra barrera de entrada para las start-ups deep tech
La otra gran barrera de entrada reside en la incertidumbre elevada que caracteriza a los proyectos deep tech. A diferencia de las innovaciones incrementales, estas tecnologías disruptivas evolucionan en terrenos aún inexplorados del conocimiento. Las tasas de fracaso son particularmente altas durante la fase exploratoria, ya que la tecnología suele ser inestable y los resultados, imprevisibles. Incluso cuando una innovación logra llegar a la madurez, nada garantiza su adopción comercial. Una tecnología radicalmente nueva no tiene, por definición, una demanda preexistente. Las empresas deben educar al mercado, encontrar un “product-market fit” y soportar el coste de ser pioneras.
Las barreras de entrada del deep tech son también fuente de ventaja competitiva para las start-ups del sector
Sin embargo, estas barreras, lejos de ser simples obstáculos, también estructuran el ecosistema. Generan una ventaja competitiva sostenible para las empresas que logran superarlas, ya que las tecnologías deep tech, por su complejidad, siguen siendo difíciles de imitar.
En España, esta dinámica es particularmente visible en las tecnologías de salud, que han captado el 57,8 % de las inversiones deep tech desde 2013. El sector, dominado por Cataluña, ha visto surgir actores como SpliceBio o Minoryx, capaces de combinar la excelencia científica con el potencial económico, atrayendo además financiaciones de mayor envergadura.
Una dependencia estructural del financiamiento público
La incertidumbre y la intensidad de capital de la deep tech desaniman a numerosos inversores privados. Frente a esta realidad, el Estado desempeña un papel compensador indispensable. Programas como INNVIERTE y NEOTEC, así como el apoyo europeo a través del European Investment Council (EIC), permiten colmatar algunas lagunas del mercado. Pero estos dispositivos, aunque eficaces, carecen de amplitud: durante el período 2019-2023, España solo ocupó el 8º lugar europeo, muy por detrás del Reino Unido (3,9 mil millones de euros invertidos en 2023) y Francia (2,9 mil millones).
Este retraso se explica por la ausencia, hasta 2024, de un plan nacional dedicado a la deep tech, a diferencia de las iniciativas ambiciosas desplegadas en los países líderes. En España, el sesgo doméstico constituye otro freno adicional: el 45 % de los fondos recaudados provienen de Limited Partners españoles, mientras que los inversores extranjeros, que podrían aportar la profundidad de capital necesaria para el hipercrecimiento, siguen siendo marginales.
Barcelona, locomotora de la deep tech española
En este contexto, Cataluña y Barcelona se imponen como las locomotoras de la deep tech española, gracias a un ecosistema donde la excelencia científica convive con un fuerte voluntarismo público local para corregir las barreras de entrada. Durante la década 2013-2023, Cataluña ha captado el 39 % de las inversiones deep tech, confirmando su posición como líder nacional.
Este éxito no es fruto del azar. La ciudad ha desplegado una estrategia ambiciosa para atraer inversores y apoyar las tecnologías de ruptura. El Consejo Municipal de Barcelona, a través de su agencia Barcelona Activa, lanzó el programa Barcelona Accelera, una iniciativa dotada de 10 millones de euros para seis fondos de capital-riesgo locales, con la misión de invertir en sectores estratégicos definidos por el Barcelona Green Deal (economía verde, industria 4.0 y deep tech). Otra dotación de 10 millones de euros ha sido asignada a fondos nacionales o internacionales que se comprometan a invertir en tecnologías deep tech en Barcelona.
A escala regional, la Generalitat ha reforzado esta dinámica con la creación del Fons d’Inversió en Tecnologia Avançada (FITA), dotado con 55 millones de euros, con el objetivo de acelerar la transferencia de tecnología desde los laboratorios al mercado. En particular, FITA se centra en las spin-offs surgidas de los centros de investigación catalanes, proporcionando una financiación esencial a proyectos que, a pesar de su potencial, a menudo tienen dificultades para superar la fase de industrialización.
Esta movilización pública regional, combinada con la densidad de centros de investigación y de incubadoras de vanguardia, ha permitido superar parcialmente las barreras de entrada, posicionando a Barcelona como un verdadero hub deep tech, capaz de rivalizar con otros polos europeos como París o Berlín.
La “Nueva Frontera”: superar el obstáculo industrial
En 1960, John F. Kennedy llamaba a cruzar una “Nueva Frontera”, un territorio de oportunidades inexploradas y desafíos colosales. Hoy, las start-ups deep tech españolas se encuentran en esa misma frontera: una barrera tecnológica donde los activos tangibles imponen unos costes inevitables, pero donde el potencial disruptivo sigue siendo inmenso. Si Cataluña ha comprendido que estas barreras de entrada requieren un voluntarismo público, España en su conjunto debe movilizar más capitales privados y atraer financiación internacional para transformar estos esfuerzos regionales en éxitos nacionales.
Porque, detrás de las fábricas por construir, los prototipos por desarrollar y los riesgos de fracaso, la deep tech lleva en sí misma la semilla de las próximas grandes revoluciones tecnológicas. Representa una frontera tecnológica, ciertamente costosa de superar, pero capaz de redibujar la economía española y propulsar a sus empresas hacia el hipercrecimiento. El “Moonshot Thinking” americano nos ha enseñado que hay que creer en lo imposible para lograrlo. En Barcelona y en otros lugares, es esa misma ambición colectiva la que impulsará a la deep tech española hacia un futuro industrial y científico ambicioso.